Hacia finales del siglo XIX, y mientras agonizaba la Era de la Plata en Bolivia, la guerra con Chile no había acabado del todo, lo único que contenía el poderío militar de este último era el frágil Pacto de Tregua de 1884.
Poco después de asumir el mando, a mediados de 1892, el conservador Mariano Baptista, por intermedio de su canciller, Severo Fernández Alonso, y su ministro plenipotenciario en Chile, Heriberto Gutiérrez, reabre la discusión con Chile a través de un documento titulado “Bases para un tratado de paz y comercio con la República de Chile”.
Poco después de asumir el mando, a mediados de 1892, el conservador Mariano Baptista, por intermedio de su canciller, Severo Fernández Alonso, y su ministro plenipotenciario en Chile, Heriberto Gutiérrez, reabre la discusión con Chile a través de un documento titulado “Bases para un tratado de paz y comercio con la República de Chile”.
Resultado de esta iniciativa, el 18 de mayo de 1895, ambos países suscriben los proyectos de tres tratados, entre ellos el de Paz y Amistad y de Transferencia de Territorios.
En el primero, Bolivia reconoce la soberanía de Chile sobre todo el litoral boliviano conquistado en la guerra de 1879. En el segundo, Chile se compromete a transferir a Bolivia los territorios de Tacna y Arica en caso de que adquiriese “dominio y soberanía permanente” sobre los mismos. Si ello no sucede, “se compromete a ceder a Bolivia la caleta de Vítor hasta la quebrada de Camarones u otra análoga, además de la suma de cinco millones de pesos de plata...”.
A pesar de la oferta, aparentemente generosa, el entonces canciller Emeterio Cano, primero, y los miembros del Congreso, después, abundaron en críticas. Según relata Alberto Crespo Gutiérrez, algunos congresistas incluso consideraron como insuficiente el ofrecimiento de la caleta Vítor y de la misma Arica.
Finalmente, entre aclaraciones y aclaraciones de aclaraciones, los congresos de los dos países aprobaron los tratados, pero con diferencias que acabaron por dejarlos sin efecto, quedando vigente el tratado de Pacto de Tregua de 1884, un documento firmado entre el vencedor y el vencido, con todo lo que ello de negativo implica para el segundo.
Acceso. Como el mismo presidente Baptista destacó en su mensaje de despedida, el 6 de agosto de 1896, a pesar de la oposición que generó la firma de los tratados, Chile reconoció por primera vez, “como natural, es decir de derecho”, el libre acceso de Bolivia al mar.
Más tarde, Daniel Salamanca diría de este congreso que “mostró una lastimosa ausencia de sentido de la realidad del mundo... y que esos tratados, comparados con el que después se suscribió en 1904, pueden considerarse una fortuna extraordinaria”. El internacionalista Carlos Walker Martínez comentó: “No se comprende cómo es que Bolivia no ha recibido de rodillas aquellos tratados”. El mismo senador chileno Balmaceda lamentó: “Son los peores tratados que Chile ha firmado”.
El escritor Alberto Crespo lo resume así: “La suscripción de los tratados, tramitados legalmente en ambos países, aseguraba jurídicamente la permanencia soberana de Bolivia en la costa del océano Pacífico. Bolivia, con ese título en las manos, pudo haber esperado tranquilamente el desenlace de lo acordado en el tratado de Ancón por Chile y el Perú. Cualquier solución que esas naciones hubieran dado a la posesión de los territorios de Tacna y Arica, mediante plebiscito o por arreglo directo, como finalmente lo hicieron en 1929, no habría afectado el derecho adquirido por nuestro país. El resultado final tenía que ser la cesión de Arica, de Vítor, o, en último caso, de una ‘caleta análoga’, pero no el enclaustramiento”.
Recordemos que con la firma del protocolo del tratado chileno-peruano de 1929, los gobiernos de Chile y el Perú no podían, “sin previo acuerdo entre ellos, ceder a una tercera potencia la totalidad o parte de los territorios que, en conformidad con el Tratado de esa misma fecha, quedan bajo sus respectivas soberanías...”
Críticas a los tratados de 1895
Se temía que Chile valide sólo uno de los dos tratados, validando sólo aquél en el que adquiere título legal de propiedad sobre el litoral boliviano y no cumplir el de la cesión de Tacna y Arica, según opina el historiador Roberto Querejazu.
Por otro lado, el internacionalista Antonio Quijarro creía entonces que la importancia del puerto de Arica había disminuido con la competencia de Antofagasta. Retener ese territorio implicaba, además, construir un ferrocarril hasta La Paz en una extensión que se aproxima a las 80 leguas.
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